La Balsa de Cela siempre ha sido la encrucijada entre Tíjola y Lúcar y fue antes un abrevadero para el ganado que baño humano. Ya no hay rastros de pastores y muleros en lo que eran las aguas turbias de un oasis en medio del calor sofocante del Alto Almanzora pero sigue manteniéndose como un nacimiento de aguas termales y, sin duda, uno de los atractivos naturales más grandes del Valle del Almanzora.
Se cree que está ahí desde la época romana ya que se encontró una lápida en su entorno que lo confirmaba: «Voconia Avita, hija de Quinto, construyó a sus expensas y en su propio terreno unas termas para su comunidad Tagilitana. Inauguró éstas mismas tras haber ofrecido un banquete público y haber celebrado representaciones circenses. Y donó a la comunidad de Tagili dos mil quinientos denarios para la conservación de esta obra y el mantenimiento perpetuo de las termas».
Así, desde hace décadas, las familias se han hecho dueñas de estas aguas naturales y se pueden ver mujeres y hombres de todas las edades, compartiendo un picnic en la hierba, bajo los grandes árboles que dan sombra o sentados en una mesa en El Rubio comiendose un buen plato de arroz.
Cuenta en sus cuadernos de viajes en 1879 un tal Francisco Lozano Muñoz: «Sería necesario hacer en la fuente de Cela una balsa para las bestias y otra para las personas, para que no tuviera lugar el vergonzoso espectáculo de ver juntos con el agua hasta la rodilla a la tímida doncella y al galanteador mozuelo, a la casta casada y al solterón libertino, a la afligida viuda y al calavera indiscreto y, en medio de ese cuadro, ver llegar a un cabrero o a un mayoral que sin miramientos y usando su derecho meten en el agua a empujones su ganado, saliéndose de aquel inmundo charco el resto de personas por miedo a la coz de un burro o a la cornada de un buey».
Fue Esteban Pérez Rico quien impulsó el manantial de Cela y promovió la creación de una Junta para aumentar mediante sondeo el caudal de las aguas de la balsa, las cuales realmente brotan de la misma tierra. Junto a él trabajaron los señores Torre Marín, Cardona, Castro, Carrillo, Salazar, Oller, Villareal y Carrasco.
Para más inri, las aguas de Cela comenzaron a ser famosas porque se decía que curaban problemas reumáticos y cutáneos, por lo que llegaban en romería desde Granada y Almería para tomar ocho días de aguas. Fue tal su fama que tuvieron que ampliar la balsa y profundizarla hasta tres metros, ahí las aguas iban aflorando a 24 grados de temperatura y con un caudal de 44 litros por segundo. Además, tuvieron que construir una choza para que la gente que se desplazaba hasta Cela enferma de reúma pudiera cambiarse y descansar.
En 1933, una valiente mujer, Matilde, construyó una caseta que ya es parte de la memoria colectiva de Cela y de su balsa. Al principio comenzó siendo algo bastante rudimentario, creado con palos, cañizo, y poco más. Pero la maravillosa Matilde levantó poco a poco una barra y mesas donde los domingos de cada semana servía vino y cerveza con garbanzos, cañamones, cacahuetes y bacalao con habas para los huéspedes. Y más tarde, comenzó a cocinar conejo al ajillo, pipirranas, arroces.
Matilde servía para todo, no sólo cocinaba y atendía a los bañistas sino que se encargaba de espantar con su «gallá» a los mirones que quedaban embobados con las mujeres que se bañaban en la balsa.
La mítica Matilde no cerró ni durante la Guerra Civil, se dice que una noche incluso emborrachó a los milicianos que venían a quemar a la Virgen María Auxiliadora para poder esconderla.
Además, la balsa de Cela fue testigo de las primeras mujeres en bikini de la comarca en los años 60, las llamaban «las marranas».
Con el paso del tiempo fueron creciendo las casitas y cortijos alrededor de la balsa y así comenzó a brotar vida en aquel inhóspito lugar.
Hoy en día es considerada «la playa del Almanzora», y sus aguas han recibido a excursiones de todo tipo, de jubilados, de escolares, se han celebrado las sardinadas de San Juan, donde han danzado al son de música, y donde incluso se ha visto la nieve rodearla.
Decían los zahoríes que Cela es un mar subterráneo , un ojo de mar latente que llega hasta las mismas playas de Garrucha.