El ferrocarril Murcia-Granada que discurría por grandes ciudades nació bajo el reinado de Alfonso XII el 28 de marzo de 1885. Fue la primera marquesa de Almanzora, Catalina Casanova Navarro, la que cedió gratuitamente los terrenos para la construcción de la estación de ferrocarril de Almanzora. Posteriormente, se denominó Albox.
Durante medio siglo esta trayectoria constituyó para para Almanzora y otros pueblos de la comarca, una seña de identidad, renombre y fama.
Fue uno de los principales ejes de la vida cotidiana de estos pueblos del interior de Almería, un despegue económico brutal y supuso la prosperidad entre las gentes que aquí vivían. Se crearon transacciones comerciales, intercambios económicos y el «Estraperlo».
Alrededor del tren de Zurgena surgían numerosas sinergias y brotaba la vida y la esperanza día sí y día también, porque este tren trajo el progreso, revolucionó el comercio y dio trabajo a cientos de familias.
Había un tren que se llamaba el «Frutero», salía todas las mañanas desde Zurgena y era un tren de mercancías con un vagón de tercera clase que llevaba a sus pasajeros hasta los mercados de Lorca y las playas de Águilas.
En ese tren llegaba absolutamente todo: periódicos desde Almería y Madrid, turrones de Alicante, las cartas de amor que los chicos que estaban en la mili enviaban a sus novias. Por tren también llegó la noticia de que la Guerra Civil había terminado y en 1984 la decisión de RENFE de cerrar la línea que pasaba por Zurgena al considerarla altamente deficitaria, al igual que otras líneas de Andalucía y Murcia. Así, se abandonaron y no se aportaba inversión en infraestructuras en los años precedentes, lo que llevó al cierre definitivo del tramo Almendricos-Baza-Guadix. El último tren que circuló, fue el expreso Barcelona-Granada, el 31 de diciembre de 1984.
Diego Dominguez García nació en 1876 en una familia que tenía una fragua en el pueblo, aprendió a manejar el hierro, a moldearlo y darle forma. Así, consiguió ganarse la vida y a principios del siglo veinte emigró a Cuba. Allí se ganó la vida trapicheando de un lado para el otro.
Pero un día, cansado de no tener nada fijo volvió a Zurgena, donde comenzó a funcionar de nuevo el ferrocarril y junto con él las nuevas esperanzas. Aquí, por fin consiguió un puesto de prestigio y se convirtió en el consignatario de la estación, tenía que recoger las mercancías que llegaban en los vagones y almacenarlas para después repartirlas por pueblos y pedanías.
En 1919 cumplió un sueño y pudo comprarse una casa en Zurgena, frente a la estación. Era literalmente un palacio de tres pisos con grandes miradores. En el piso de abajo se colocó la oficina y los almacenes por donde pasaban a diario todo el que vivía del ferrocarril.
Junto a la estación de ferrocarril se instaló una casa de huéspedes, la de Juan Diego Soler y la de Manuel «el rojo», éstas servían de cobijo, sobre todo en invierno, cuando llegaban las nevadas y las lumbres no cesaban ni de día ni de noche hasta que las vías se despejaban y podían transitar los trenes de nuevo.
