El fenómeno de las combustiones espontáneas se produjo en el pueblo de Laroya en Almería en junio del año 1945. Se trató de una serie de incendios que a día de hoy siguen sin tener una explicación clara, los cuales sembraron el miedo y el desconcierto, ardieron varias casas y enseres de los habitantes del pueblo. Sólo habían pasado seis años desde la Guerra Civil española, en esta pequeña localidad ésta no había causado muchas consecuencias, muchos pensaron que había caído una maldición sobre el pueblo.

Misteriosamente, además, el nombre de Laroya proviene del árabe y significa «hoya», accidente geográfico que indica enclave en hondonada.

Uno de los primeros episodios fue en las tierras del «cortijo Pitango», la ropa de la hija de la familia, que se llamaba María Martínez, de 14 años, se prendió fuego súbitamente desde la cama. Sus gritos alarmaron a sus familiares que acudieron en su ayuda y le salvaron la vida. En pocos minutos, en otra habitación diferente, comenzó a arder una gran cantidad de paja de centeno, que propagó el fuego a un haz de esparto almacenado. Un poco más tarde el incendió dejaba el pajar prácticamente destruido. También esa misma tarde, en el «cortijo Francos» ardió el trigo y utensilios que se utilizaban para la labranza.

Los fuegos se producían en un radio de unos dos a tres kilómetros, entre las cinco de la tarde y las once de la noche. Los incendios se localizaron en seis cortijos: «Pitango», «Fuente del Sax», «El Cerrajero», «Don Miguel Acosta», «Estella» y «Cortijo Franco».

Al principio se pensó que el fuego estaba siendo provocado por una serie de pirómanos e incluso se hicieron grupos de vigilancia pero pronto se dieron cuenta que lo que verdaderamente estaba causando los incendios eran unas «bolas de luz blanca o azuladas» que se podían observar claramente en la noche. Según los vecinos que pudieron observarlas aparecían de la nada y flotaban en el aire. A nivel de superstición y creencias populares, se comenzó a hablar del Diablo y de las llamas con olor a azufre que se relacionaban con él. También se habló del «moro Jamá» , un musulmán al que se mandó a la hoguera al estar vagabundeando por la zona y cuya presencia incomodaba a la Iglesia inquisitorial.

Estas oleadas duraron dos largos meses, los cuales estuvieron llenos de miedo, angustia y tensión porque no sabían en qué momento de nuevo algo o alguien iba a comenzar a arder. El cura del pueblo en ese momento, Luis Silvero, no paró de trabajar ni un momento porque tenía la responsabilidad de tocar las campanas de la torre de la iglesia cada vez que se producía un incendio alentando al personal.

Estos misteriosos acontecimientos calaron en la prensa nacional que hablaban de este fenómeno en extensos reportajes, fueron noticia de portada en la prensa nacional, como ABC o El Correo de Andalucía. Las autoridades tuvieron que implicarse en lo que estaba ocurriendo, mandando a investigar los hechos incluso a un vecino se le incendió la vivienda en presencia de la Guardia Civil.

Fuente: Cuarto Milenio

Muchas de las instituciones científicas más famosas de España: meteorólogos, sismólogos, geofísicos… acudieron al municipio para investigar lo que estaba sucediendo pero ninguno sacó nada en claro, todos se marcharon sin poder dar una explicación a las gentes del pueblo. Finalmente llegó a Laroya el profesor José Cubillo Fluiters, jefe del Servicio de Magnetismo y Electricidad Terrestre del Instituto Geográfico y Catastral. Fue testigo de lo que estaba ocurriendo y según cuentan en el pueblo aquel hombre no quiso volver por allí jamás.

Fuente: Cuarto Milenio

Finalmente todo se quedó en el aire aunque se aceptaron diferentes teorías como que existían armas secretas o un aumento de la radiactividad, incluso la existencia de propiedades químicas en la sierra de los Filabres que provocaron la combustión.

El asunto se silenció sin más, nadie más volvió al municipio a investigar lo ocurrido. El investigador y periodista Iker Jiménez se desplazó hace unos años hasta Laroya para conocer y hablar con los vecinos del fenómeno, prácticamente todo el pueblo había sido testigo de aquellas luces voladoras e incluso les hablaron de la figura de «El niño», una figura de un «niño pequeño, muy desagradable del que salían luces».

María Martínez a la que apodaron «la niña de los fuegos» porque se incendiaron sus ropas hasta en tres ocasiones, se suicidó bebiendo sosa cáustica, más tarde también se suicidó su hermana mayor tirándose por un barranco y por último el hermano, José, que se ahorcó dentro del cortijo. El misterio está en que después de estos hechos los fuegos cesaron y miles de preguntas quedaron en el aire: ¿a caso sabían ellos la causa de los incendios? ¿por qué terminó todo con sus muertes?. Miles de preguntas que se llevaron a la tumba.

Se sabe que este fenómeno se ha producido también en otras partes del mundo e incluso en Laroya se repitió este fenómeno en 1950. El misterio sigue sin una explicación lógica pero mirando al pasado, tiempos cartagineses (siglo III a.c), cuando llegaron a la Sierra de los Filabres a explotar sus cuencas mineras y una vez perdieron la II Guerra Púnica con Roma abandonaron las tierras maldiciendo toda aquella extensión de terreno que fue su hogar. Para ello invocaron al dios menor Reshef, dios de la venganza y del odio, que significa «fuego» y «plaga» o, en hebreo, «ascua ardiente». Quizás la mejor forma de definir aquellos «fuegos de Laroya».

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